Ahora que sólo se habla de una cosa en el mundo del fútbol, la final
de Copa que disputarán Real Madrid y Barcelona el 20 de Abril, viene a
mi memoria lo vivido el pasado mayo en Barcelona.
Era 19, era una tarde primavera, era la Ciuda Condal y era mi equipo.
Veníamos de conquistar la 'Europa League' en Hamburgo y estábamos en
una nube. No podíamos creer cómo ya teníamos un titulo en el
bolsillo y estábamos luchando por otro.
Capel y Navas decantaron aquella final, pero en la memoria se quedaron
los minutos que siguieron al pitido final. Toda la afición rojiblanca
nos quedamos esperando a nuestros jugadores, a los que habíamos pitado
e insultado meses atrás.
Yo, en ese segundo anfiteatro del Coliseo blaugrana, sentía orgullo.
Habíamos caído, pero el club, hinchada y jugadores estábamos unidos.
Era un sentimiento precioso.
Luego llegó el verano, refuerzos de lujo e ilusiones intactas que se
vieron aumentadas con la victoria en Mónaco ante el mejor equipo de
Europa, el Inter de Milán. Todo era felicidad, incluso empezamos la
Liga como líderes ¡Quién me lo iba a decir!.
Pero ya se sabe que la alegría en casa del pobre suele durar poco y
así ha sido. El grupo que nos maravilló ha vuelto a las andadas de la
idiosincracia de esta institución que sigue manejando Miguel Ángel
Gil y su marioneta, el impresentable Enrique Cerezo.
El magnate del séptimo arte sigue haciendo el rídiculo en cada
intervención pública y tras esa simpatía que le hace tener tan buena
prensa, se encuentra un gestor nefasto en lo que al mundo del fútbol
se refiere.
Fuera de la competición contiental, eliminados de la Copa sin hacer
cosquillas a nuestro máximo rival y a 14 puntos de la cuarta plaza.
Ésa es la dramática situación a día de hoy. Sólo queda vivir del
recuerdo, de aquel 19 de mayo, de los días de vino y rosas.
Sergio Friede Bobadilla
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