PABLO CAÑO
Después de que el pasado 17 de marzo la ONU aprobara la intervención militar en Libia, los primeros ataques empiezan a mermar ya a las fueras del coronel Gafadi. En principio, la resolución establece sólo una zona de exclusión aérea en Libia, pero no se descarta una futura ayuda militar al bando rebelde. España ha puesto a disposición de la coalición cuatro aviones F-18, un avión cisterna, un avión de vigilancia marítima, una fragata y un submarino. Según el Gobierno, la guerra de Libia costará 25 millones de euros al país.
Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos se han puesto al frente de un operativo, que todo parece indicar, tiene como objetivo final llevar la democracia a Libia y derrocar al dictador Gadafi. Aunque las primeras medidas adoptadas tienen como único objetivo evitar una masacre del pueblo libio. Además de los tres países citados, España, Bélgica, Holanda, Canadá, Dinamarca y Noruega se incorporarán a la misión. Varios países árabes también han dado su visto bueno. Por el contrario, Brasil y Alemania se abstuvieron.
España tiene mucho que perder en esta guerra. Libia es su tercer suministrador de petróleo, además de uno de sus principales importadores de armas. Por otra parte, Francia, que parece haberse puesto al mando de las operaciones, se juega gran parte de su prestigio en la intervención y Estados Unidos, que apenas tiene intereses en el país, ve ahora como su viejo deseo de derrocar al dictador puede al fin verse cumplido. Gadafi, que hasta hace pocas semanas era adorado por occidente, ve ahora como sus días en el poder pueden tener las horas contadas.
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